Ella caminaba, flotaba, quizás
existía entre nubes y ensoñaciones.
Deslumbraba sin querer, brillando
Quitaba aliento de vivos y muertos
Los muertos que caminaban
sin enterarse que habían muerto.
Los vivos que descubrían
que sabiendo morirían
por su
recuerdo o su memoria.
Así un día, un sueño, una fantasía.
Una
picara travesura del azar.
Una impostergable cita con el destino.
Una realidad de a poco se dejó hallar.
Y aquel hombre supo sin querer dudar,
que aquella dama en racimos delirantes
de sensaciones y olvidos sin memoria,
se convertía sin saberlo ni desearlo,
nacía sin haber sido concebida.
Que deseables
son los senderos
recorridos sin prejuicios, ni sentencias
adorables los benditos juicios desprovistos
de procesos y castigos, de penas y cadalsos.
Repletos las mazmorras de jueces inclementes
o de penados sin condenas solo sentenciados
a no ser jamás amados solo anestesiados
por lo
impuesto o lo correcto, lo debido.
No hay condenas
en los sueños
Tampoco culpas, ni siquiera recuerdos.
Al menos eso dicen quienes descuartizan
en pequeños retazos de conciencia
a los sueños, ahogados gritos subconscientes.
Será por eso que al despertar una mañana
Aquel hombre intento volver al sueño
Donde aquella dama quedaba prisionera.
Volvió a dormirse, en un instante
al descubrirse despierto y sin sus besos.
Dando brazadas en las oscuras y oníricas aguas
Sus pulmones reventaban por no tener oxigeno
O acaso solo por la falta de su aliento
Sus manos solo agua alcanzaron
Y aunque con cada ladrido del reloj despertaba
de inmediato a buscarla, regresaba
Ya era tarde
y el reloj aun sonaba,
los golpes en la puerta retumbaban
en el tenue aire de aquel refugio.
Finalmente, al no tener respuesta,
ni tan solo un gemido o un suspiro.
Rompieron la puerta a rescatarlo
Y ahí estaba… dormía y no respiraba
Solo su gesto lo decía.
No hace falta el aire que se respira
Ni siquiera el sol que nos alumbra
Solo el abrazo de una dama prisionera
de un sueño o un delirio rescatada.
J.J.Z. Febrero 2011